Unidos en un solo corazón

La semejanza de las granadas nos toca de cerca a quienes vivimos en comunidad, congregados en una misma orden como los granos bajo la corteza. Y ojalá imitáramos esos granos viviendo unidos por la coherencia de nuestros corazones, como encerrados bajo la disciplina regular en una orden. Los granos de las granadas están unidos entre sí e indiferenciados, y se distinguen más por el número que por el aspecto. Aprendamos también nosotros a distinguirnos unos de otros por el número, no por el espíritu.
Los granos no se pelean entre sí, no murmuran contra la corteza; no intentan romperla, con paciencia se dejan encerrar por ella como en el seno, para que pueda decirse aquella palabra: vean qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. ¿Acaso, hermanos, en nuestra orden, por la imitación de la Pasión de Cristo, no brilla el color rojo como en la corteza roja de la granada?
Son como ciertos granos de este árbol quienes bajo la áspera piel de la disciplina regular, procuran domar su naturaleza y no se consideran tanto oprimidos como protegidos por ella. No existe el amor a la propiedad, no existe el amor al poder, y así te muestras como grano de ese fruto. Que aprendan los otros, invitados por nuestro ejemplo, que bueno y agradable es habitar en una estrecha comunión y bajo la protección de la corteza. Que la caridad una, que la corteza proteja.
Cuando vean comunidad ordenadas y unidas considérenlas como semejantes a granadas que nacieron de la fuente del bautismo. Según leemos, los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, de estos como de otro tantos granos nacieron las granadas de los que viven ordenadamente y unidos en un solo corazón. A aquellas primeras comunidades no las obligaba el orden institucional sino la fuerza del amor.
No consideraban solamente útil, no solamente bueno, sino también agradable vivir unidos, como ungüento que bajaba por la barba, la barba de Aarón, hasta la orla de su vestimenta, desde la misma cabeza de Cristo Jesús que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Gilberto de Hoyland. (Monje del siglo XII) Comentario al Cantar de los Cantares.