Bendito aquel que, por el gran amor con que nos amó,
nos envió a su Hijo amado, el predilecto.

¡Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios que es todo consuelo! El nos alienta en todas las dificultades. Bendito aquel que, por el gran amor con que nos amó, nos envió a su Hijo amado, el predilecto.

Por él estamos reconciliados y en paz con Dios, y es para nosotros mediador y prenda de esta reconciliación. Nada tenemos que temer, hermanos míos, con un mediador tan compasivo; ni abrigar duda alguna con garantía tan segura.

Tal vez te extrañe la índole de este mediador que nace en un establo, se acuesta en un pesebre, se le envuelve entre pañales como a cualquier recién nacido, que llora y descansa como todos los niños.

Precisamente así se revela como incomparable Mediador: busca una paz eficaz y nada protocolaria. Es un niño, pero es la Palabra aniñada, cuya infancia misma nunca calla. Consuélense, consuélense, dice el Señor nuestro Dios.

Esto lo dice Emmanuel, Dios con nosotros. Lo proclama el establo, el pesebre, las lágrimas, los pañales. Lo proclama el establo, disponiéndose a curar al hombre, asaltado por los bandidos. Lo proclama el pesebre, proporcionando alimento a ese hombre, asemejado a los animales de carga. Lo proclaman las lágrimas y los pañales, lavando y limpiando sus profundas heridas…

San Bernardo de Claraval.