Así pues, amigos míos, los exhorto a que intenten salir del molesto y angustioso recuerdo de sus pecados y caminen por las sendas más cómodas del recuerdo sereno de los beneficios de Dios. De este modo, contemplándole a él, se aliviarán de vuestra propia confusión. Mi deseo es que experimenten el consejo del santo Profeta, cuando dice: Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón.

Ciertamente es necesario el dolor de los pecados, pero no continuo. Hay que variarlo con el recuerdo más agradable de la ternura divina, no sea que la tristeza endurezca el corazón y acabe en desesperación. Añadamos algo de miel al ajenjo; la amargura será saludable y redundará en salvación sólo cuando pueda beberse suavizada con la dulzura introducida.

Escucha finalmente a Dios: él mitiga el sinsabor del corazón quebrantado, sacando al abatido del abismo de la desesperación, consolando al afligido con la miel de sus promesas y animando al desalentado.

Lo dice por el Profeta: Moderaré tus labios con mi alabanza para no aniquilarte. Es decir: «Para que no caigas en una tristeza extrema al contemplar tus maldades, para que desesperado no caigas como si te arrojara un caballo desbocado, porque perecerías, yo te contengo con el bocado de la brida, saldrá al paso mi indulgencia, te confortaré con mis alabanzas. Tú que te ofuscas con tus males, sentirás alivio en mis bienes y descubrirás que es mayor mi benignidad que todas tus culpas».

Si Caín hubiera sido detenido con ese freno nunca habría dicho en su desesperación: Mi culpa es muy grave y no merezco el perdón. No, de ningún modo. Es mayor su ternura que cualquier iniquidad. Por eso el justo no se acusa incesantemente; solo cuando comienza a hablar. E incluso al terminar concluye alabando a Dios…

Ustedes también, a ejemplo del justo, cuando se sientan humillados, recuerden igualmente la bondad del Señor. Así pueden leer en el libro de la Sabiduría: crean que el Señor es bueno y búsquenlo con corazón sencillo.

El recuerdo frecuente e incluso habitual de la generosidad de Dios induce fácilmente al espíritu a pensar así. De otra manera, no sería posible cumplir lo que dice el apóstol: Den gracias en toda circunstancia, si se ausentasen del corazón los motivos de la gratitud.

Bernardo de Claraval.
Comentario al Cantar de los Cantares